Der Geist, teil zwei

(viene de acá)

Volviendo sobre lo de la responsabilidad: el concepto ES justo. No hay alma salvo que uno quiera construírla. No hay un más allá ni un más acá; no hay cielo ni infierno, salvo que uno se lo busque. Está todo por crearse, todo por verse; no hay garantías ni acomodos posibles, es todo cuestión de uno y la voluntad (e inteligencia) que se aplique. Al Universo hay que ganárselo. A dios, sea lo que sea ese concepto, sólo se accede con voluntad.

La muerte tiene dos resultados posibles: un apagado final o un despertar a una nueva existencia. Esa nueva existencia no está garantizada ni comprada, sino que es pura y exclusivamente obra nuestra.

Las religiones nos lo vienen diciendo desde hace eones, sólo que de una manera anticuada y novelesca, innecesaria para estos tiempos de sabelotodismo. Hoy queremos pruebas, hechos, exactitudes matemáticas, no seres extravagantes y con superpoderes muy difìciles de comprobar. La vida diaria, en forma constante, nos muestra que lo supernatural es más probable que sea más wishful thinking que una verdad irrefutable.

Por eso, la idea de que el alma, el más allá y, eventualmente, una deidad, sean la consecuencia natural de un proceso bien hecho y llevado a cabo con responsabilidad e inteligencia, con empatía y hasta con amor, tiene sentido. Es el uso responsable de las energías y posibilidades que nos otorga la realidad, sin más que eso.

Al morir, alcanzando ese umbral de supraexistencia, uno adquiere "poderes", que no son más que la autorización a jugar y disponer de energías de libre acceso para cualquiera si así lo quisiese. Recién ahí uno se volvería "todopoderoso", con acceso a verdades y conocimientos imposibles de adquirir a través de los canales de entrada orgánicos a los que estamos acostumbrados.

Si nos damos cuenta, esta acepción del alma no deja inconsistencias lógicas ni da a lugar a explicaciones pseudocientíficas. Es todo una consecuencia natural de acciones. Si hacemos las cosas "bien", tendremos acceso a una existencia posterior al ciclo de vida orgánico terrestre. Si no las hacemos bien, pasados unos 70-80 años, nos desvaneceremos con el último suspiro de aire que tomemos. No hay nada de injusto o terrible en esto; al contrario, es tan pero tan justo que asegura que nadie tenga coronita; todos somos iguales y tenemos las mismas posibilidades de alcanzar ese estado. De esta manera se asegura también que el "cielo" no esté repleto de gente como el subte en hora pico. Suena elitista, discriminador, pero en sí no lo es.

La única duda o inconsistencia que se desprende de todo esto sería qué pasa o cuán justo es el sistema para los humanos que orgánicamente no tienen la "máquina" en buen estado, sea esto por desperfectos genéticos, accidentes, azar, enfermedades, etc.
Bueno, ahí entra a jugar el misterio alrededor del valor de ese umbral, de cómo se llega a él y de si fehacientemente se sabe cuándo éste es alcanzado o no. No podemos asegurar que personas con la máquina dañada no alcancen el umbral.
Tomemos por ejemplo una persona en coma. Teóricamente, esa persona no tiene actividad cerebral discernible y por ende no podría pensar, decidir, accionar o imaginar nada. Como eso no lo sabemos a ciencia cierta, se puede contemplar la posibilidad de que esa persona PUEDA hacer todo eso, tal vez a otro nivel distinto desde el que nosotros usamos esas habilidades, pero que eventualmente pueda. En ese caso y ante tal desafío como lo es estar en esa situación de coma, esa persona podría alcanzar el umbral con sólo tomar esa situación adversa como una oportunidad de aprendizaje y/o de hacer las paces con sus demonios internos, en el silencio y la quietud de su burbuja inconsciente. En ese caso, estaría sumando energía y si ya hubiera tenido su umbral con un valor alto antes de la situación de coma, alcanzarlo no sería algo imposible, a pesar de no contar con la "máquina en buen estado". Así, el sistema seguiría siendo "justo" a pesar de las adversidades.

Microuniversos

Es fascinante el contraste entre lo vasto, frío e impersonal del Universo y la calidez, profundidad e intimidad del corazón y la mente de un ser humano.


Los recuerdos, las experiencias, los secretos, los pensamientos más íntimos, los sentimientos, las miserias de cada uno hacen ruido en el silencio del espacio inconmensurable. Una multitud de latidos, de "lub-dubs" en medio de la nada total, diciendo "acá estamos, nosotros, los humanos, con todos nuestros miedos y sueños, dando señales de nuestra existencia y preguntando, hay alguien más allá?"


Ese contraste es la única prueba de que tiene que haber algo más que esta vida. Sino, ese microuniverso de sensaciones no tiene sentido alguno de ser.


Lifespan

* 00 – 20 años: todo es caótico, torpe, rápido, nuevo y por usar y hacer. 
* 20 – 40 años: la mejor época: el cuerpo acompaña, la madurez se cristaliza, se estabiliza el intelecto y la vida es un balance físico-mental perfecto.
* 40 – 60 años: el organismo comienza su cuesta abajo y la flexibilidad, física e intelectual, es cada vez más escasa.
* 60 – 80 años: en la lentitud cada vez más progresiva del cuerpo y la mente, se vive siempre esperando a la muerte.

Si se está más o menos de acuerdo con el anterior esquema, se puede decir que una muerte entre los 40 y 50 años sería más adecuada que una anterior o posterior a ese rango de edad. Antes no se pueden cristalizar muchas cosas, después se vivencia penosamente el deterioro del cuerpo y la mente.
Esto lleva también a pensar sobre la expectativa de vida de no muchos siglos atrás, la cual era de entre 35 y 50 años. Sin los avances médicos y la investigación sobre las medidas de prevención ante enfermedades, la gente moría en su mayoría dentro de ese rango de edad.

Al parecer, la máquina del cuerpo humano está naturalmente programada para no vivir más allá de esa edad. Esta afirmación se deduce del hecho de que la mayoría de las hormonas que tienen que ver con la regeneración de tejidos, los procesos oxidativos, el mantenimiento de la homeostasis, el crecimiento y la fertilidad tienen un “switch” que se baja alrededor de los 40 años. Lo mismo pasa con los huesos, músculos, los órganos de los sentidos y la capacidad del cerebro de procesar y guardar información. Pasados los 40-50 años, todo se viene abajo.

Porqué ese switch de “apagado general” a esa edad? Que necesidad hay de esos switchs? Tiene que ver con una limitación física de los procesos biológicos? Es una constante entrópica relacionada a la complejidad estructural? (cuanto más complejo un organismo, menos tiempo de vida). Porqué la genética o las instrucciones de muerte celular llegan en distintos tiempos para las distintas especies?
Los perros viven 14 años, las tortugas pueden llegar hasta los 200, los elefantes otro tanto, hay peces que viven 180 años, etc. Los humanos, sin intervención de la tecnología o la medicina, tienen diversos indicadores de “apagado” a partir de los 40.

Nota: como dato llamativo, de las diez especies que más expectativa de vida tienen, la gran mayoría son animales que viven en el agua.

En fin, un humano debería vivir, en general y dejado a la buena de dios, hasta los 50 años. Pasada esa edad, la vida se torna contradictoria ya que el cuerpo empuja hacia la claudicación mientras nuestras mentes empujan hacia el otro lado; la lucha por el mantenimiento de la vida a contramano del mandato biológico se vuelve algo artificial, no natural. El foco de uno se vuelca hacia estar pendiente de las señales del cuerpo que indican que las cosas se empiezan a desbandar, que las células se están hartando de volver a dividirse y reproducirse por enésima vez, que el equilibrio se ha perdido y ha comenzado el deterioro.

Con una expectativa de vida de sólo 50 años, las cosas y los procesos sociales e individuales de independencia, maduración intelectual y sexual empezarían antes porque habría menos tiempo disponible.
Si yo, que tengo 38, supiera que mis “50” serían hoy como si tuviera 80 o 90 años, buscaría perder menos el tiempo y hacer más cosas. Creo que la extensión de vida que se nos ha dado con la tecnología y el avance de la medicina, nos hace más irresponsables con respecto al uso del tiempo que vivimos.